31/10/10

TESTIMONIOS DEL 17 DE OCTUBRE (1)

Aprender a convivir con el más pobre exige una serie de transformaciones en nuestra actitud. La disponibilidad y la humildad son parte de ellas; humildad para reconocer que esa persona tiene algo que enseñarnos, y disponibilidad para aceptar las consecuencias del aprendizaje.

La señora Hernández, aliada de ATD Cuarto Mundo México, nos comparte su experiencia.


"Cuando era niña, cerca de la casa donde vivía había un albergue de niños. Al pasar por el lugar, mi deseo era conocerlos y jugar con ellos.

Cuando cumplí 18 años, armándome de valor, me acerqué a un joven del albergue y le pedí su autorización para colaborar en la animación de los niños. Mi pedido fue aceptado y yo me puse muy feliz. ¡Uno de mis sueños se haría realidad!

Al aproximarme a los niños, tratando de compartir mi amistad, me rechazaron, no querían que interviniera en sus juegos. La negativa no me desanimó, y seguí yendo al albergue.

Cierto día, Armando, un pequeño de 7 años, se me aproximó y dijo: 

- ¿A qué vienes?, ¿también tú vienes a burlarte de nosotros?
- ¡No! -le contesté-, yo no vengo a burlarme de ustedes, vengo porque quiero ser amiga de ustedes.
- ¡No te creo! Aquí vienen muchas personas que dicen ser nuestras madrinas; pero hoy que es  domingo, mi madrina no ha venido y yo no saldré a pasear.
- No te preocupes Armando -dije-, yo jugaré contigo y tus amigos, y después del partido les invitaré refrescos.

Los niños del albergue se entusiasmaron, pero, para probarme y ver si podía formar parte de su mundo, me preguntaron si quería tomar un poco de agua. De inmediato acepté.

Uno de los niños me aproximó un vaso de agua, pero previamente agarró un gato, metió su cabeza en el vaso y le hizo beber. Después me alcanzó el mismo vaso para ver si tomaría de él. Sobreponiéndome a mi instinto, bebí el agua.

Luego del partido de futbol, les invité refrescos, que compré con parte del dinero que mi mamá me había dado para preparar la comida.

Al pasar el tiempo, la amistad entre los niños y yo se fue reforzando. Compartían conmigo sus alegrías y tristezas, sus sandwiches y pasteles que muchas veces estaban en mal estado. Hasta ahora no me explico por qué algunas personas obsequian a los pobres lo que ya no sirve.

Durante 2 años seguí al lado de los niños del albergue, compartiendo su cariño y amistad; el tiempo que pasé en compañía de ellos fue muy hermoso, y me gusta transmitir muchos de los recuerdos que guardo de ello.

Aprendí de mi madre a compartir lo poco que tengo, quien siempre me enseñó a preocuparme por los demás. Ella nos decía que donde estuviéramos debíamos dar lo que teníamos, especialmente el amor y la amistad".


Plaza Tlaxcoaque, México D.F., 17 de octubre de 2010.
Naira Hernández.

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