3/9/11

LAS BIBLIOTECAS DE CALLE

Una vez por semana, adultos cargados de libros se reúnen con niños en algún asentamiento, cerca de un campamento de inmigrantes, o de un basurero...

Ahí afuera, a la vista de todos, extienden unos tapetes y se instalan para una o dos horas de lectura. Semana tras semana, rehacen la reunión para favorecer el placer de la lectura y suscitar, con el tiempo, encuentros con los niños, sus familias y los habitantes del barrio. Es la biblioteca de calle.

La lectura, la vida, la libertad

La biblioteca de calle tiene por vocación, entre otras, facilitar el aprendizaje de la lectura, pero no considera a los niños como alumnos, ni a la lectura solamente como una habilidad necesaria para su educación. En realidad, la relación entre lectura y escolaridad no tiene nada de sistemático.  Blandine Aurenche lo expone: "En una biblioteca donde trabajé, muchos niños tenían grandes dificultades con la lectura, y nosotros les leíamos una gran cantidad de historias. No sé si ello habrá tenido un impacto en su éxito escolar, pero espero que lo haya tenido en su crecimiento personal, su reflexión, su apertura. La lectura no asegura el éxito escolar. Algunos niños devoran libros, novelas, y sin embargo no tienen un gran manejo del idioma. Pero creo que saben tomar de la literatura algo que les nutre de otra forma, que les ayuda a construirse". Es este el objetivo de la biblioteca de la calle, que busca familiarizar con la lectura para prevenir el fracaso escolar, pero sobre todo hacer descubrir el gusto por ella y los beneficios de tomarla libremente.

Pues más allá de su aspecto práctico y social, la lectura incita al sueño, a perderse íntimamente, haciendo el nido del pensamiento y de la libertad interior. Las preguntas, las intuiciones, los sueños, los escapes más íntimos, se nos revelan a través de la lectura mejor de lo que habríamos sabido expresarlos: este juego entre identidad y alteridad es liberador. La lectura puede dar acceso a lo más íntimo, y puede también abrir al otro y al exterior. Los caminos de descubrimiento, así abiertos, siguen siendo personales, pues la lectura da a cada uno un medio para aprovechar un escrito común a su manera. Odile Robitaille no cesa de asombrarse por ello: "El libro tiene un lado plural, no existe un libro sino muchos, sobre temas extraordinariamente diversos. Y una nunca sabe cuál va a ser un motor para alguien, cuál va a decirle algo".

El encuentro lector-libro es imprevisible e implica que alguien "exponga" a los niños a toda clase de (buenos) libros. Bénédicte Braconnay, animadora de una biblioteca de calle para niños de la etnia romaní en Lyon (Francia), se dio cuenta de ello por accidente. Cuenta: "Estaba con niñas de unos 9-10 años, y les leímos 'Tom-Tom y Nana'. Yo siempre había pensado que sería demasiado complicado para estos niños, pues tiene demasiada escritura y demanda concentración constante. Me decía, asimismo, que ese mundo se alejaba demasiado de su realidad. Sin embargo, se los leí. Pasamos una hora leyendo la historia de Tom-Tom y Nana que, hartos de ser regañados, hacían sus maletas diciendo: 'Es horrible nuestra familia, queremos otra'. Esto gustó mucho a las niñas, daba la impresión de que ellas también habían querido, en algún momento, cambiar de familia".

Emma Cailleau observó también un encuentro inesperado entre un niño y su libro: "Un día, llevé a la biblioteca de calle un libro que había encontrado por casualidad, una historieta que contaba la historia de Gandhi. Ese día, Bakari, un joven lector muy irregular, leyó uno o dos libros con nosotros, y después pidió la historieta de Gandhi. Un animador de la biblioteca comenzó a leerle el libro, pero no es fácil hacerlo en voz alta con una historieta. Se detuvieron y Bakari continuó solo. Después comenzó a llover y tuvimos que buscar un refugio, a pesar de lo cual Bakari continuó leyendo. Llegó la hora de terminar la biblioteca de calle, pero Bakari seguía prendido del libro. Le propuse prestárselo; se lo llevó y lo terminó en su casa. Me sorprendí de que le interesara tanto. No tiene más que 8 años, no es de origen indio, y la historieta no es de un abordaje tan fácil. Pero las historias de los grandes hombres tienen algo de fascinante, y ello seguramente le conmovió. Cuando buscamos libros para niños de su edad, solemos seleccionar historias de Lucky Luke o documentales, pero nunca hubiera pensado en esa biografía".

Para quien se acerca a la lectura, ésta ofrece una forma de salir de sí y de reconquistar una posición de sujeto. Pero falta que exista el acceso. "La lectura no puede reparar al mundo de sus desórdenes", escribía Michèle Petit, antropóloga de la lectura. Pero, continuaba, "si he de creer lo que me dicen lectores de diferentes medios, la lectura es quizás una experiencia vital más que social, incluso si su práctica tan desigual es imputable en buena parte a determinismos sociales y si se pueden obtener de ella beneficios sociales. La lectura marca la conquista de un tiempo y un espacio íntimos que escapan a la influencia del colectivo. Y si la soledad del lector frente al texto siempre ha inquietado, es precisamente porque abre a la reflexión, a otras formas de lazo social que aquéllas en las que se cierra filas como soldados". La lectura reviste un carácter íntimo e individual, pero también une a los lectores. El aspecto social del libro deviene perceptible cuando un grupo de niños o de adultos escucha una lectura en voz alta.

Frecuentemente, empero, el lazo que une a los lectores del mismo libro, en el tiempo o en el espacio, permanece impalpable, fuera de una eventual conversación. Otorga, sin embargo, de referencias comunes y del sentimiento de pertenecer a una comunidad invisible. Opera de esta forma una manera de inclusión y de exclusión, anodina a la escala de una obra, separando a 'aquéllos que lo han leído' de 'aquéllos que no lo han leído', aquéllos que saben leer de aquéllos que no saben leer. Es por esto que quienes no saben leer experimentan con frecuencia una especie de vergüenza y buscan ocultarlo. Una vergüenza similar a la que se encuentra entre quienes habrían querido adquirir algún saber sin conseguirlo.

Odile Robitaille lo expresa emotivamente: "Hay que ver cuán humilladas se sienten las personas por no saber, por estar excluidas del mundo del conocimiento. Es una realidad que he encontrado muchas veces. Las personas llevan en su ser el hecho de no saber, y ello las humilla constantemente, en sus relaciones con los otros, no solamente en su relación con lo escrito. Es por esto que considero la lectura como un derecho".



Extractos de AUBINAIS, Marie. Les bibliothèques de rue. Quand est-ce que vous ouvrez dehors?, Éditions Bayard/Éditions Quart Monde, Francia, 2010 (tr. libre de J.M. Ramírez).

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